
El hígado es uno de nuestros órganos más importantes. Entre sus múltiples funciones, se encuentran procesar los nutrientes de los alimentos y bebidas, y eliminar las sustancias nocivas de la sangre. También se encarga del metabolismo del colesterol y las hormonas. Así que tenemos que cuidarlo, especialmente porque solo tenemos uno.
El hígado graso es más frecuente en pacientes con diabetes tipo 2 y obesidad
Una de las enfermedades más frecuentes que pueden afectar al hígado es la enfermedad del hígado graso o esteatosis hepática. Se trata de la primera causa de enfermedad hepática crónica en los países occidentales y está asociada a una alta tasa de complicaciones e incluso mortalidad, tanto por causas directamente relacionadas con el hígado como por causas extrahepáticas.
Es una enfermedad bastante frecuente: la presentan entre el 17 % y el 46 % de las personas, según diferentes estudios, y es muy habitual en personas con diabetes tipo 2 (la padecen cerca del 70 %) y con obesidad (hasta el 90 % en obesidad grave). Y, además, su incidencia está en aumento.
Se puede tener grasa en el hígado y no consumir alcohol
Muchos pacientes se extrañan cuando se les diagnostica hígado graso porque aluden que no beben alcohol. Pero, en esta enfermedad en la que el hígado aparece con grasa, la causa no es debida al consumo de alcohol, ni a medicamentos, ni a otras enfermedades que puedan afectar al hígado, aunque su consumo sí que puede empeorarlo. Así, entre las causas que pueden dar lugar a su aparición, encontraríamos dos grandes grupos: causas ambientales y causas genéticas.
- Cuando hablamos de las causas ambientales, me refiero a la alimentación y los hábitos de vida. Y, dentro de la alimentación, un consumo excesivo de grasas saturadas, azúcares simples, fructosa y proteína animal (carne roja y procesada) favorece de manera muy importante su aparición. También influyen negativamente la falta de ejercicio y el sedentarismo. Y, aunque por su definición, se excluye la toma de alcohol, su ingesta continuada puede empeorar la situación. Tener obesidad o sobrepeso, diabetes tipo 2 y resistencia a la insulina, o el llamado síndrome metabólico, incrementan el riesgo de su aparición. Llamamos síndrome metabólico al conjunto de afecciones que incluyen obesidad abdominal, niveles altos de triglicéridos, colesterol HDL bajo, presión arterial alta y glucemia elevada en ayunas.
El aumento de grasa abdominal altera el funcionamiento de la insulina y el metabolismo de la grasa
El mecanismo fundamental de la aparición de la enfermedad se basa en una alteración en el funcionamiento de la insulina asociado al sobrepeso (resistencia a la insulina), especialmente cuando se concentra grasa a nivel abdominal, y es que esta grasa hace que no se metabolicen bien los lípidos y se empiecen a almacenar elementos grasos en el hígado.
Con el exceso continuado de grasas almacenadas, se desencadenan procesos de oxidación que implican aparición de inflamación, fibrosis y cicatrices en el hígado, que bloquean su correcto funcionamiento.
En algunas ocasiones, esta infiltración grasa podría ser debido a otras situaciones diferentes: pérdida rápida de peso, administración de algunos medicamentos (corticoides, hormonas, antiarrítmicos, isoniazida, antivirales, etc.), cirugía del intestino…
Parece ser que la herencia genética también podría ejercer cierta influencia en su aparición, aunque todavía faltan datos concluyentes para confirmarlo y no se estudia en la práctica clínica habitual.
La mayoría de las veces, el hígado graso no da síntomas
Otro de los comentarios que se escuchan en la consulta, cuando se comenta el diagnóstico de hígado graso, es que no les duele nada y que no tienen ningún síntoma. Y es que, en la mayoría de los casos, la enfermedad del hígado graso no causa ningún problema grave ni impide que el hígado funcione con normalidad. Ahora bien, si no se toman medidas, sí que existe la posibilidad de que esta afección se agrave y empeore con el tiempo. De hecho, la infiltración grasa del hígado progresa a través de cuatro etapas:
- Hígado graso simple: solo se acumula abundante grasa en el hígado.
- Esteatohepatitis: aparece la inflamación del hígado y se puede dañar el tejido.
- Fibrosis: en la parte dañada, se forma un tejido cicatricial. En esta fase, el hígado puede funcionar todavía con normalidad.
- Cirrosis del hígado: la mayor parte del tejido sano del hígado es reemplazado por tejido cicatricial.
La última etapa sería la más importante, ya que este tejido cicatricial duro dificulta el correcto funcionamiento del hígado y, si se prolonga en el tiempo lo suficiente o aumenta, puede llegar a anular por completo la función hepática, dando lugar a una insuficiencia de hígado y/o cirrosis. En casos más severos, puede incluso progresar a cáncer de hígado.
En casos más avanzados, pueden aparecer dolor en la zona del hígado y cansancio
La presencia de fibrosis puede dar lugar a diversos síntomas como:
- Dolor abdominal o sensación de plenitud en la parte superior derecha del abdomen.
- Náuseas.
- Pérdida de apetito o pérdida de peso.
- Ictericia (coloración amarilla de piel y mucosas de los ojos).
- Abdomen y piernas hinchados por acúmulo de líquidos.
- Cansancio extremo.
- Confusión mental.
Sin embargo, la mayoría de las veces, el daño hepático se basa solo en inflamación y fibrosis, y el paciente no tiene ningún síntoma, aunque puede presentar algo más de cansancio o dolor en la parte superior derecha del abdomen.
Con un análisis de sangre, se puede empezar a sospechar la presencia de hígado graso
¿Y cómo se puede saber si tengo el hígado graso? Sin realizar ninguna prueba se puede empezar a sospechar, especialmente en pacientes con sobrepeso avanzado u obesidad, que llevan una vida sedentaria o personas con mala alimentación y cifras elevadas en sangre de colesterol y/o de glucosa.
Y, ya finalmente, a partir de un análisis de sangre que incluya pruebas de función hepática, se puede tener una idea de que algo está pasando en el estado del hígado con mayor precisión. Una alteración de las transaminasas o enzimas del hígado y de la ferritina ya son anomalías sugerentes de que algo puede estar sucediendo.
La ecografía de abdomen y el Fibroscan son las pruebas diagnósticas definitivas
Como son muchas enfermedades las que pueden dar lugar a inflamación, es necesario completar el estudio con ecografía abdominal para orientar mejor hacia la causa.
Además, dentro de los parámetros del análisis de sangre, se incluyen marcadores séricos de fibrosis. Los más usados reciben los nombres de FIB-4, NFS o HFS. Si salen positivos, es necesarios confirmarlos, por lo que se recurre a técnicas más precisas para el diagnóstico como el Fibroscan. Es una prueba parecida a la ecografía, fácil de realizar, que no duele, y que da información sobre el grado de fibrosis del paciente. La clasifica desde el grado F0 (no fibrosis) hasta F4 (fibrosis máxima o cirrosis).
Y, en ocasiones, es necesaria la biopsia hepática, en la que se observe la presencia de esteatosis en más del 5 % de los hepatocitos.
El tratamiento se basa en dieta mediterránea, ejercicio y pérdida de peso
En cuanto al tratamiento, no existe, hoy en día, una medicación específica que pueda recetarse para solucionar el problema. Aunque hay fármacos prometedores, no están aprobados científicamente y de forma universal para el problema de hígado graso. Muchos siguen en investigación.
En cuanto a los suplementos o nutracéuticos, hay algunos ensayos clínicos con el omega 3 y la vitamina D, pero no son concluyentes. Los nutracéuticos son productos derivados de alimentos que ofrecen beneficios para la salud que van más allá de su valor nutricional básico. Prometen actuar generando resultados terapéuticos y/o preventivos de enfermedades.
Y, en cuanto a las intervenciones “naturales”, se necesitan más estudios para establecer la dosis, efectividad, duración y resultados a largo plazo.
El tratamiento más eficaz que se basa en toda una serie de medidas encaminadas a modificar los hábitos y el estilo de vida con el fin de controlar los factores de riesgo y la progresión de la enfermedad. A esto se suma evitar los medicamentos y suplementos que puedan ser dañinos para el hígado, vacunarse contra infecciones virales, como la hepatitis A y hepatitis B, y la abstención absoluta del consumo de alcohol.
Dieta mediterránea, ejercicio y pérdida de peso son las estrategias fundamentales que componen el tratamiento.
Hay que evitar el alcohol, grasas saturadas y azúcares refinados
Se sabe que una dieta con muchas calorías y rica en ultraprocesados aportaría grasas trans, grasas saturadas y colesterol que empeorarían la enfermedad. Y es muy importante tener presente que la ingesta de bebidas azucaradas también supone un aumento del depósito de grasa en el hígado y progresión de la esteatosis.
Así, el control del peso y la alimentación son el principio fundamental del tratamiento. En este sentido, sería recomendable empezar a evitar carnes grasas, mantequilla, fiambres, miel, jarabes, aceite de coco, alcohol, fritos, dulces, zumos industriales, dulces y bollería…
La pérdida gradual de peso induce la recuperación de las lesiones del hígado
En esta línea, la segunda medida fundamental sería llevar a cabo una dieta con el aporte adecuado de calorías, debiendo ser siendo hipocalórica en el caso de pacientes con sobrepeso u obesidad que necesiten perder peso.
En cuanto al ritmo de pérdida, se recomienda el descenso de al menos un 7 % durante los seis primeros meses, a un ritmo de 0,5-1 kg por semana. Diversos estudios han demostrado que una pérdida mayor o igual al 10 % induce altas tasas de mejoría de las comorbilidades y de las lesiones del hígado.
En cuanto al tipo de dieta, ya se ha visto en diversos estudios que el esquema más recomendado es el de la dieta mediterránea (50-60 % hidratos de carbono, 20-30 % grasas con alto contenido en ácidos grasos monoinsaturados y omega-3, 20 % proteínas). En este sentido, se deberían evitar fiambres, carnes rojas, bollería, colas y zumos azucarados, alcohol, fritos y rebozados, pasta y derivados.
Los ácidos grasos omega 3 y los probióticos ayudan a restablecer el tejido fibrótico del hígado
No solo es importante lo que restringimos de la dieta, sino aquellos componentes de los alimentos que se deben consumir a diario, ya que su ingesta influye positivamente sobre el depósito de grasa en el hígado. De esta manera, se deberían consumir casi a diario:
- Aceite de oliva virgen extra y pescado azul, al menos 3 veces por semana (fuente de ácidos grasos monoinsaturados).
- Nueces (30-40 gramos, tres o cuatro veces a la semana).
- Lácteos fermentados como el yogur y el kéfir a diario (para corregir la alteración en la microbiota que puede producir hígado graso).
- Verduras en comida y cena, y 3 piezas de fruta al día, intentando que sean frescas y de temporada.
La práctica de ejercicio regular mejora la resistencia a la insulina, aun en ausencia de pérdida de peso
La actividad física también es fundamental para el control de la enfermedad. Hay pacientes que se quejan de que no adelgazan haciendo ejercicio, pero no se pretende solo ese objetivo cuando recomendamos hacer deporte a lo largo de la semana, sino los beneficios en salud que ello genera. Se ha visto que la actividad física continua y moderada mejora la resistencia a la insulina, incluso aunque no se asocie a una pérdida de peso.
Lo que se recomienda es la combinación de ejercicios de fuerza de moderada/alta intensidad durante 30-60 minutos, 3-4 veces por semana, y el ejercicio aeróbico (andar, correr, nadar, etc.) durante 150-200 minutos semanales o, al menos, caminar 30 minutos, todos los días de la semana.
En resumen, el hígado graso es una enfermedad cada vez más frecuente en nuestra sociedad debido a su notable asociación con el sobrepeso y la obesidad, el sedentarismo y las dietas ultraprocesadas y poco equilibradas.
Adoptar hábitos de vida saludables, cuidar la alimentación, hacer ejercicio con regularidad y mantener un peso adecuado son la base tanto para prevenir como para el tratamiento de la enfermedad. Medidas accesibles para todos que ayudan también a reducir el riesgo de otras enfermedades y complicaciones y que, en definitiva, nos ayudan a tener una vida más plena y saludable.
Actúa desde ya. Pon en marcha tu salud; pon en marcha tu corazón.