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Lola me facilita su parte de guerra diario. Es médico de Atención Primaria en un centro de salud de Madrid. Del Madrid más racial, de los más castizos. Es un barrio de trabajadores, de familias con niños y abuelos. Conoce a sus pacientes desde hace años. Ha visto crecer a los chavales, convertirse en padres y ,también, morir a los más mayores. Los compañeros son como una familia. Es un pequeño micromundo dentro de Madrid.

Lola López

Desde hace unas semanas, cuando el nuevo coronavirus llegó a su lugar de trabajo, nada es lo mismo, y probablemente en mucho tiempo no volverá a serlo. Me manda un vídeo en el que comienza diciendo: “Este es ahora mi centro de salud. En una mesa, a la entrada, una enfermera recibe a los pacientes con su Equipo de Protección Individual (EPI), y los que son sospechosos de padecer COVID-19 pasan a una consulta específica, donde un médico con el EPI les atiende.

 

Tienen pocos trajes y deben turnarse en su utilización. Pero no se quejan, solo informan de la necesidad de esta equipación. No hay tiempo de lamentarse, urge buscar soluciones. Y ellos las encuentran.

Siempre hay un momento para recurrir al sentido del humor. Ni en las mayores desgracias de la humanidad, a las personas inteligentes les ha faltado. Eso también salva vidas. Un vídeo en el que nos enseña su traje con mucho desenfado nos permite coger aire.

 

 

También envía una foto explicando que, después de varias horas sin poder apenas respirar entre la atención a uno y otro paciente, el traje se hace notar. Antes de las marcas en la piel, llaman la atención sus ojos de cansancio, y un rictus de seguridad y entereza, un claro mensaje de tranquilidad para los que estamos fuera. Ya están ellos para echárselo todo a la espalda.

Después de tres horas, así se te queda la cara marcada. Mira las rayas en la frente y las mejillas. La cara, sudando todo el rato, y se empañan las gafas. Y me he tenido que cambiar los guantes varias veces porque, literalmente, se han deshecho por el alcohol”.

Lola tiene un grupo de WhatsApp con su familia. Todos sus integrantes, sin excepción, le dan el ánimo y el calor que se puede enviar a distancia. Intentando que ese abrazo terapéutico que hoy no podemos dar sea sustituido por la palabra.  Casi abrumada, envía una nota de voz:

No es que seamos héroes; es la responsabilidad de nuestro trabajo. Los que somos más viejos tenemos menos miedo. Hemos vivido la colza, el SIDA y muchas más cosas. Los residentes jóvenes están más asustados. Pero bueno, es lo que hay, y ya está. Yo tengo la suerte de contar con unos compañeros fantásticos; todo el mundo está trabajando a tope. Mucho compañerismo, tenemos un chat de compañeros en el que nos damos ánimos. Y los pacientes, encantadores. Hoy ha venido una señora a ofrecernos termos de café para todos”.

Efectivamente, no son héroes, son humanos, y eso les hace aún mejores. Por eso, a veces, a Lola le fallan un poco las fuerzas y se permite desahogarse con su entorno más próximo:

Estoy muy angustiada por mi marido y mis hijos. Tengo miedo de contagiarles si yo me infecto. Si pudiese pedir un deseo, sería aislarme en el centro de salud. Vivir allí y no poner en riesgo a mi familia. Dedicarme a mis pacientes. Tengo compañeros que duermen en el garaje de sus casas. Es lo que peor llevamos”.

Ser médico no es una profesión, es una condición humana que les ha correspondido a aquellos a quienes la vocación les ha marcado el camino de su vida. Además de ocuparse de sus pacientes, Lola atiende 24 horas al día, 365 días al año, a sus padres. Tienen más de 80 años y algunas patologías previas. Desde el momento en el que la ola de este tsunami se empezaba a acercar, ella dio unas normas claras:

  • No se puede salir a la calle.
  • Nadie puede visitarles.
  • Deben hacer ejercicio a diario, y mantener sus rutinas y buen ánimo.

Lola instruyó al resto de hijos para que entre todos, en la distancia, cuidasen de sus padres. Ellos son ese colectivo vulnerable al que debemos proteger, y un ejemplo. Lo que no sabe Lola es que ha multiplicado el efecto. Ha sabido transmitir tan bien a sus padres la necesidad de cuidarse que ellos ahora graban vídeos con su móvil y son el espejo de otros mayores confinados.

Los padres de LolaEjercicio en casa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando, por fin, Lola llega a casa, no descansa:

Es imposible desconectar; recibo constantemente correos y mensajes de WhatsApp con nuevos protocolos, dudas de compañeros, avisos… También trato de ayudar a amigos o familiares que tienen síntomas o están afectados. Uno de mis hermanos está afectado, y estoy muy pendiente de él. Y hago seguimiento de la cuarentena de mis padres, aunque me lo ponen muy fácil. Son responsables y no pierden el ánimo. Ellos me animan a mí. Les adoro”.

Cada día, a las ocho de la tarde, Lola sale a aplaudir a su terraza. Porque ella es médico de Atención Primaria, de los que están a pie de calle, con pandemia y sin pandemia. De los que hablan con sus pacientes y son, además de grandes doctores, psicólogos, amigos, hasta el cura del pueblo… Ahora nos damos cuenta de su grandeza. No lo olvidemos nunca.